viernes, 25 de abril de 2008

Rusland tres años más tarde

Noche. Frío penetrante. Lluvia acechante. Así se les presentaba la velada, caminando sin saber qué decir, caminando hacia aquel café del que tanto les habían hablado.
Semáforo en rojo. Alto. Silencio. Un beso en los labios sin mucho senti
miento. Un beso huidizo; escurridizo por parte de Katja. Estaba ausente, resentida y al mismo tiempo, se sentía imperturbable, creía que nada le podía afectar (cuan lejos estaba de ser esta la realidad).
Cruzaron la calle, los coches les miraron con ojos asustados al ver un desfile fantasmagórico; estaban tan pálidos! Eran cómo unos autómatas, caminaban dirigidos por unos hilos invisibles que los arrastraban irremedi
ablemente a quién sabe dónde. Nadie lo sabía.
La puerta del café, e
l único que abría de por ahí. Era un lunes y pasada la hora de las brujas. El café, Rusland, los engulló de un sólo mordisco. Dentro la tenue luz los acogía con intimidad, arropaba sus sentimientos; la música nutria sus mentes y calmaba sus nervios. Katja pensó que era un lugar idóneo para perderse. Un lugar ideal para decir adiós para siempre. Aunque para siempre es demasiado tiempo.
La estética del luga
r era de su agrado. De la pared pintada (con colores tierra muy cálidos había ojos egipcios de la sabiduría, amanitas, duendes, ballenas y unicornios, de todo un poco) colgaban exposiciones itinerantes de cuadros, tanto de pintura como de fotografía. Aquella semana tocaba fotografía y el tema no era otro que las gentes de la India. Cuantas veces había pensado en ir, como habían hecho algunos colegas suyos y ella, seguía impotente ante la idea de tal viaje. Pensaba que si iba allí su vida cambiaría, tendría que asumir las consecuencias que se derivasen de tan increíble viaje, debería estar preparada para tanta belleza y al mismo tiempo para tanta injusticia de castas, de status, de pobreza, etc. Conocería mas sobre las castas con sus intocables, las vacas sagradas, las serpientes que andan al atardecer por las calles de algunas ciudades, la filosofía, la poesía, las religiones, la belleza, el color y el olor del paisaje, la armonía existente dentro de tal caos, el equilibrio dinámico de un país impresionante, la mezcla de culturas y lenguas, la unidad de esas culturas, las influencias divinas, el Ganges con sus aguas marrones, las gentes, el Brahmo Samaj, etc. Y ella sabía que todavía no estaba preparada para dar ese paso a ese universo nuevo que siempre ha estado ahí, casi inalterado por el paso del tiempo y del que tantos viajeros se han enamorado alguna vez. Un amor que te hace sangrar y que se te mete dentro sin remedio alguno, como te cala el frío por dentro. Quizás nunca estuviese suficientemente preparada...


Un amigo suyo italiano fue hará un año y volvió después de haber pasado tres meses en el sur de la India, pues bien, por lo visto el país le había quitado "no sé que venda de los ojos y de su alma" y había dejado la bebida y las drogas. Se había convertido en un "santón", tal y como ella solía llamar a la gente "sana". Katja no pudo evitar tener un pensamiento absurdo que le hizo gracia; pensó que quizás la cura para los bebedores empedernidos anónimos (y no tan anónimos) y los drogadictos fuese pagarles un viajecito a la India. Sonrió para sus adentros. Aunque no sabia si saldría a cuenta, pero como mínimo era una alternativa a tanto centro de desintoxicación...Notó que empezaba a delirar, dejó de pensar en tantas chorradas; se sentó en una vieja silla de madera (bastante ortopédica, por cierto) y fijó su mirada en aquellas imágenes colgantes. Ian pidió una birra para él y otra para ella. Ian no miró más de dos segundos las fotografías, su atención estaba exclusivamente dedicada al rostro inexpresivo de Katja. "Que debe pasar por su cabeza", pensaba Ian. Estaba algo aturdido todavía por la maría que habían fumado en su habitación. "Espero que los del hotel no noten el olor...Bah! No creo que ni sepan lo que es..." Así de confiado andaba Ian por la vida...
Sus ojos no dejaban de asombrarse, su pupila no cesaba de dilatarse ante las historias que encerraban aquellas imágenes en blanco y negro. Estaba absorta observando aquellas sandalias desgastadas (las únicas que debía tener la persona retratada), era una imagen aterradora de unas sandalias que albergaban unos pies maltratados, unos pies a los que se echaba en falta el dedo índice de un pie, medio dedo meñique y la uña del dedo gordo del otro...Era una imagen de profunda tristeza. Era desolador. Katja no podía evitar imaginar al ser que había sobre esos tristes pies. También había el retrato de una cara vieja, arrugada como un higo chungo, con un tatuaje en la frente, con un aro en la ancha nariz, con unos ojos negros que te atravesaban y herían. Era una mujer que parecía tener cien años y que seguramente no tendría más de cuarenta, a lo sumo. De piel quemada, de tez seca como la tierra quebradiza sobre la que andaba. Al fondo, se veían unas niñas indias, algo desenfocadas, que estaban de pie, tan delgadas, esbeltas, con sus piernecitas entrecruzadas. Era la contraposi
ción de la inocencia perdida, de la vejez, de la juventud absorbida y secada al sol.
"Dos cervezas". Katja se sobresaltó aunque de manera inapreciable para el resto del mundo. Su corazón dio un vuelco, uno de tantos otros a los que ya estaba acostumbrada. Ian había empezado a liarse un porro por eso el camarero y dueño del café les dijo " Si queréis fumar, está bien, pero aquí no por favor. Subir arriba" Y les señaló unas escaleras que llegaban hasta el piso superior. Katja pensó que para lo pequeño que era el local ( sólo tres mesas) tenia muchos rincones escondidos en los que había más espacio del imaginado. Cogieron sus cosas y cuando se disponían a subir por la empinada escalera, el camarero les advirtió con una sonrisa cómplice en los labios "Pero sólo uno, ¿eh?" Y les volvió a dirigir otra sonrisilla de las suyas. "Atractivo, realmente interesante este hombre" se refería al de las sonrisas; era como un viejo hippioso ( no tan viejo, de cuarenta y tantos) con sus greñitas castaño claro, su nariz prominente y su mirada a lo Liam Neeson.
El camarero continu
ó charlando con los parroquianos de la barra, sus coleguillas habituales. Sí, aquel café tenía algo de camaradería, de hermandad de todos los que allí se encontraban. Bob Dylan, Hendrix, Bob Marley, los Rolling, Tom Waits, los Doors, Janis, Robert Johnson y un largo etc de los grandes del blues, jazz, reggee, rock y demás estaban allí acompañando a los clientes de aquel curioso café. Realmente, se respiraba un "buen rollo" inesperado.
Ian se esforzaba por quemar el chocolate, por hacerlo añicos y no dejar ninguna "china" que más tarde pudiese sorprender a su garganta desprevenida. Cogió el papel de arroz y lo dejó reposar sobre la mesilla redonda hasta que le llegase su turno. Buscó un cigarro, se tanteó los bolsillos del pantalón, se levantó de la silla y continuó tanteándose todos los bolsillos de los tejanos. Nada. Ni rastro del paquete. "¿Dónde lo habré puesto?" se decía mentalmente. Mientras tanto Katja bebía a morro sin importarle lo más mínimo
los problemas triviales de Ian y sin percatarse de la espuma que había hecho en la cerveza. Una cuarta parte de su cerveza era espuma.
Ian, finalmente, halló lo que tanto buscaba en el bolsillo interior. "Ajá, conque estabas aquí durante todo este tiempo". Feliz de haber encontrado lo que buscaba prosiguió su tarea. Lió el porro, le dio un par de lametazos para fijar el papel y desprendió parte de éste para que de esta forma fumasen menor cantidad de papel.
Ian volvió a revolver sus bolsillos en busca del cutre encendedor que había comprado en un todo a cien, era de esos transparentes con una florecilla escuchimizada, lila, que no dejaba de ser más que un trozo de tul con un palito verde acompañándola. Cogió el peta y lo colocó entre sus labios, sus labios sellados aceptaron el presente con suma satisfacción. Lo encendió y una profunda inspiración dio paso a una bocanada de aros de humo. Los aros se fueron difuminando al alejarse y sólo quedaron unos ojos rojo
s, una cara apaciguada y el olor característico del costo.
Katja presenció el pequeño ritual de Ian que hacia cada vez que "fumaba", observaba a su acompañante como si se tratase de la primera vez que lo veía (No era la primera pero casi). El rostro era el de un hombre bello, sus labios gruesos, perfectos para besar, sus patillas anchas, suaves, sus ojos verdes, achinados, sutiles, se encontraban inundados de venillas rojizas; brillaban como cuando te dispones a llorar. Su nariz era ni destacable ni insignificante, era la adecuada para aquella cara, estaba conjuntada con sus facciones, su media melena era ondulada y de un rubio sedoso, agradable, era de ese tipo de melenas que gusta acariciar, de aquellas que te pasarías el día enredando entre tus dedos. Era alto, muy alto, a su lado cualquiera se sentía ridículo, pequeño, poca cosa. Él era así, tenia la cualidad de intimidar, de hacer sentirse a la gente obligada a responder a sus preguntas, aunque te dijese "eres libre de no contestarme" pero, sin embargo, su poder sobre los demás era tal que te veías arrojado a su abismo. Su c
uerpo era de adonis, estaba en las proporciones de las esculturas griegas, era un cuerpo al que se debía besar en cada lugar recóndito pues no tenia ningún desperdicio ( tal y como había comprobado hacia pocas noches y que la hacían confirmar su desconcertante belleza física). Era simplemente arrebatador. Sin ir más lejos, nada más entrar en el café se había percatado de los ojos deslumbrados de las feminas del lugar y las miradas envidiosas de los hombres. No era una persona que pasase desapercibida. Él era irreverente, siempre sorprendente. Desde la primera conversación que entablaron ya la dejó atónita, con la boca entreabierta y los pensamientos alborotados, desordenados....Y seguía haciéndolo.
Katjia fijó su vista en el infinito y dejó que Ian prosiguiera fumando, sin percatarse de la pesadumbre de su acompañante. Ella pensaba "jamás cambiará…estoy condenada a esta vida por él o q
uizás me condeno yo misma". Y de esta forma les dejamos, como a tantas otras parejas sumidas en su mundo, con sus problemas y sus alegrías, pero en el fondo ellos son iguales a los demás. Hay mil Katjias y mil Ians y mil historias para ser contadas.

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