viernes, 2 de mayo de 2008

Buenas Noches mi amor


Ya era hora de acostarse, pasaban quince minutos de la una de la mañana. Se levantaron del sofá y empezaron su rutina diaria. Leyre fue a la cocina y cogió un vaso de cristal, lo llenó de agua de la jarra que había dejado Fernando en la encimera entre las latas vacías de atún y los restos de tomate, pepino y lechuga que había utilizado para preparar la ensalada de la cena. Llenó el vaso y se lo bebió de un golpe, mientras tanto él estaba en el baño; volvió a llenar el vaso y se dirigió a la habitación, una vez allí lo acomodó en la mesilla de noche con cuidado de no molestar a la lámpara y al gran despertador-radio. Titubeó un momento pensando en si sería el mejor lugar pero no se lo pensó dos veces y se encaminó al baño donde la esperaba Fernando con el cepillo de dientes. Él untó la pasta de dientes en el cepillo y después lo mojó mientras que ella prefería coger de un mordisco la pasta y luego cepillarse. Se miraban al espejo y se reían de sí mismos mientras se cepillaban los dientes. La espuma se les salía de la boca y no podían evitar hacer el payaso con un acto tan cotidiano como es lavarse los dientes. Luego precedía el enjuague bucal que tanto picaba y Fernando cogía a Leyre en sus brazos y la sacudía a un lado y a otro para que el enjuague fuera más efectivo y todo esto lo hacian sin parar de mirarse al espejo, con complicidad y mucha alegría. Era uno de esos pequeños detalles que les recordaba lo felices que eran juntos y lo mucho que disfrutaban el uno en compañía del otro.

Llegaron a la habitación y mientras Fernando encendía la luz de la mesilla Leyre empezaba a desnudarse, primero los calcetines, la camiseta, el sujetador, luego los pantalones y finalmente las braguitas. Era meticulosa y siempre seguía el mismo ritual, a todo esto Fernando se quedaba mirándola extasiado como si fuera la primera vez que la viera y bromeaba acerca de lo excitado que se sentía al verla desnudarse “Madre mía, me estoy poniendo tonto”. Ella reía y sonreía pensando en la suerte que tenía. Se metía rápidamente en la cama congelada y empezaba a rodar por ella para intentar transmitirle el calor del que carecía y le miraba embobada como si él fuera el único hombre del mundo, como si fuera el hombre más perfecto del mundo a pesar de sus defectos. Entonces era cuando él se sentía algo pudoroso porque ella también le miraba con deseo al verlo desnudarse. Una vez Fernando le dijo, mientras ella se quitaba los pantalones sentada al borde de la cama, que le encantaba su espalda y que deseaba pintarla así, sentada al borde de la cama como si fuera el filo del mundo y dibujar su hermosa espalda, recalcando cada forma, su columna, sus vértebras, sus fuertes y redondos hombros, su esbelto cuello y su larga melena pelirroja recostada a un lado, mientras ella se giraba y le dibujaba un media sonrisa. Era algo que deseaba hacer desde hacía mucho tiempo y al pronunciar su deseo Leyre se mostraba tímida y halagada pero lo interpretaba como una negativa, como si realmente a ella no le hiciera mucha ilusión la idea de ser inmortalizada en uno de sus dibujos.

Por fin se metieron en la cama, se revolvieron varias veces por el frío contacto de las sábanas sobre su piel, sus pies estaban congelados y las manitas de Leyre, como siempre, estaban heladas. “Dios mío, cómo puede ser que siempre las tengas tan frías” le decía él. Y ella le sonreía para adentro, no sabía el motivo. NO había motivo. Entonces se miraban, se colocaban de cara y él cogía sus manitas y las ponía dentro de sus manazas y los pies de ella se colocaban entre las piernas de él, a veces Fernando cogía las manos de Leyre y las ponía entre sus muslos para calentarlas más rápido y él dirigía sus manos a la espalda de ella, la recorría infinidad de veces y al final descendía a su cintura y se embobaba levantando las sábanas y mirando el según él cuerpo perfecto de Leyre. Pero al final, siempre acababa mirándola a la cara y se quedaba absorto en sus ojos “Sabes que te amo muchísimo, lo sabes verdad? sabes que siempre te he amado” Y ella decía un tímido “Sí” y por dentro todo su cuerpo vibraba de felicidad. No podía pedir nada más. Tan sólo estar así de unida a él. Al final acababan entrelazándose y se decían que más unidos no podían estar. Y entonces se besaban como si nunca antes lo hubieran hecho, se besaban y eran besos eternos a la luz de la lamparita de la mesilla de noche. Esa luz cálida que remarcaba cada uno de sus rasgos, que alumbraba cada una de sus caricias, de sus besos, de sus palabras de amor. Aquella lamparilla había vivido siempre como una espectadora privilegiada de una historia de amor como pocas.

“Ojos de lago islandés, me podría hundir en ellos, me ahogaría mirándolos, es inevitable. Y no sabes todo lo que despiertan en mí, el mundo desaparece cuando te miro y pierdo el control de mi vida, lo que hay a nuestro alrededor se desvanece” Eso era lo que el más temía: perder el control de su vida tan bien organizada a su gusto pero con ella era inevitable y un sentimiento contradictorio le azotaba. Tenía miedo a perder un supuesto control pues ella le inspiraba y despertaba en él tantas cosas que jamás habían sido molestadas, perturbadas que ahora se sentía descontrolado y temía por las riendas de su vida. No supo entender el privilegio que es que alguien gire tu mundo, le dé nuevas perspectivas, nuevo color y lo alimente cada día con una sorpresa. No supo entender que el amor es irracional y no sigue ninguna regla establecida y que en cada persona actúa de forma diferente y ningún patrón es efectivo. No supo entenderlo pero esa es otra historia que debe ser contada a su debido tiempo.

Se acomodaron como de costumbre, él boca arriba y ella encima de él. Su cabeza recostada en su pecho, su mano acariciando el torso de su amado hasta que encontraba su mano y jugueteaba con ella incansablemente. La cabeza de Fernando apoyando su barbilla en la sien de Leyre y besándola como si fuera su niña preciosa, su flor más bonita. Y entonces empezaba otro de lo rituales ante los cuales no podía reír divertidos por lo tonto y ñoño que sonaba :“Buenas noches” “Buenas noches” “que descanses” entonces él decía otra cosa para contrariarla y hacerla rabiar. Y finalmente ella decía “Hasta mañana Fernando” “Hasta mañana Leyre” Y así la última palabra que oían de los labios de su amor era su nombre. Y de esta forma podían descansar en paz y con el dibujo de una sonrisa en sus labios sabiendo que al día siguiente despertarían en los brazos de su amor con un buenos días y con la suerte de ver a su lado a la primera persona que querían ver cada día.

Muchas noches se decían, “buff hoy estoy realmente cansado” “Esta noche no me encuentro muy bien” pero era inevitable a pesar de cualquier mal o cansancio que hicieran el amor, simplemente era superior a ellos, era imposible que no lo hicieran, era una necesidad, un deseo implícito al que no podían hacer oídos sordos. Abrazados como estaban él empezaba a acariciarla, la espalda que tanto le fascinaba y ella con cariño siempre empezaba a dormirse aferrándose al sexo de Fernando y él se sentía reconfortado, no le molestaba que ella se cogiera así, era dulce, era un acto de ternura pero también hacía que él no pudiera dormir y deseara unirse a ella como todas las demás noches. Jamás ninguno de los dos había vivido una historia así, jamás habían tenido tanta necesidad de caricias, de amor, de complicidad, de química.

Siempre se miraban cuando hacían el amor y así tenían material para luego recordar, les gustaba sonreírse con los ojos mientras lo hacían y acabar precipitándose en el cuello del amado besándolo con locura apasionada y finalmente llegaban juntos al orgasmo mientras sus caras estaban más cerca que nunca y sus respiraciones iban al unísono. Al acabar se abrazaban y seguían acariciándose hasta quedarse totalmente dormidos. A media noche ella se giraba y él la abrazaba por detrás y le besaba la espalda y la nuca hasta acabar aferrándose con locura a ella y Leyre medio despierta medio dormida cogía una de sus manos y la aprisionaba contra su pecho con sus manitas siempre frías.

Y su vida parecía maravillosa pero cómo por desgracia todo lo que parece increíble tiembla en sus cimientos pues la duda asalta y carcome por dentro, Y así él vio que su mundo se tambaleaba y arrastró con su engaño, sus inseguridades y sus dudas a Leyre. Y todavía se la busca y la busca él sin mover un dedo por miedo, pues de cobardes están plagadas las historias de amor. Y por temor se han cometido en la historia grandes actos de crueldad. Y tal y como empiezan estas grandes historias así terminan y el padecimiento de ambos queda tan sólo en sus memorias. La culpa, el resentimiento, la temida indiferencia, la esperanza absurda que como un cáncer se queda multiplicándose en tu alma, el dolor, la nostalgia, la perdida de un mundo que se creó y que ya no podrá volver a existir…pero la vida sigue y arrasa con todo para bien y para mal.

Fotografías: Blimunda


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