domingo, 8 de marzo de 2009

Blimundilla de los Bosques (II parte)


Los años fueron pasando y con su paso el pelo zanahoria de Blimunda de los bosques se oscureció. Los grandes ojos grisáceos de la niña seguían siendo enormes y no cesaban de captar todo lo que a su alrededor acontecía; Blimunda, de naturaleza curiosa no podía evitar grabar una impronta de lo que veía, todo se quedaba en su pequeña cabeza, cada imagen, cada olor, cada sensación permanecían en ella y la hacían poseedora de una enciclopedia sin par. El mismo día en que Blimunda se clavó por accidente un vaso roto de cristal en la palma de la mano, un chico de 16 años que festejaba en el pueblo de Corduente cogía su primera gran cogorza. Esa noche, el susodicho, fue rebautizado en la fuente del pueblo que estaba a escasos grados por encima de cero y permaneció, gracias a ello, durante una semana en cama con grandes fiebres. A todo esto, la pequeña Blimunda de escasos 9 años enseñaba a su estupefacta madre la palma de su mano con un cristal enorme insertado en ella. Al querer quitárselo su madre, la sangre empezó a fluir a borbotones y, en la misma fuente de dicho pueblo, intentaron cortar la hemorragia a la niña. Ese mismo año, de regreso al colegio, la profesora pidió a sus alumnos que hicieron un dibujo sobre el mejor momento de sus vacaciones de verano; Blimunda se dibujó a si misma sentada en las escaleras de la plaza mayor de Corduente clavándose un enorme cristal en la palma de la mano y una gran mancha roja que salía de ella. Al verlo la profesora no dijo nada pero pensó “esta niña no está bien. Mira que dibujarse a sí misma lastimándose”. Blimunda muy orgullosa comentaba la anécdota del vaso de cristal clavado en su mano y mostraba con orgullo la cicatriz en forma de estrella que tenía ubicada en la palma izquierda. Decía que era una cicatriz de guerra, pues ella, era una gran guerrera. De hecho, alardeaba de ser la cabecilla de una pandilla de su pueblo, la famosa pandilla del “Domando patos salvajes” integrada por su “novio del pueblo” Josema y la hermana de este, Elenita. A la pobre Elenita nunca la hacían caso y al menor despiste de ella se escabullían para tener aventuras, pues ellos eran guerreros y Elenita era como una flor, demasiado débil. Hubo una vez, en que ambos cogieron sus bicicletas y pedalearon sin cesar hasta los confines y más allá de Corduente, hasta que llegaron al pueblo de Torete que era territorio desconocido. Cuál fue la sorpresa de los padres de estos al ver que caía la tarde y los niños no estaban! Menos mal que la pequeña Elenita comentó la hazaña y enseguida fueron a recogerlos y, a pesar de la bronca que les cayó, ellos se sentían orgullosos de su peripecia. Eran realmente unos aventureros! Ese podría decirse que fue le primer “amor” de Blimunda, pero lo cierto es que a la tierna edad de ocho años se enamoró de un niño de su clase de rubios rizos llamado Cristian. Años más tarde, al nacer su hermano ella trucó las papeleteas con las que se iba a elegir el nombre de su hermano y cambió las que habían puesto sus padres y abuelos por las de Cristian, Obviamente Blimunda se salió con la suya y, gracias a esto, su hermano tuvo que cargar durante toda su vida con este nombre. Menos mal que no fue una chica, de haberlo sido le hubiera tocado el nombre de Agatha, ya que Blimunda era una devoradora y fiel admiradora de la escritora de los Tres ratones ciegos, las Cinco esferas, el Hombre del traje marrón, Asesinato en la piscina y El espejo se rajó de parte a parte. La pequeña pelirroja devoraba libros ya desde la tierna infancia, suponemos que era por imitación a lo que hacían sus padres. Cuando veía su padre o a su madre pintar un cuadro ella pedía una tela y una paleta para realizar sus lienzos. Cuando veía a su padre tocar la guitarra, también quería ella aprender a tocarla en quince días. Lamentablemente no era una virtud de Blimunda la constancia, era demasiado impaciente y ansiosa, siempre con ganas de aprender y hacer nuevas cosas y, a no ser que le gustasen en extremo, no era constante. Blimunda, tuvo su caballete, sus lienzos, su paleta, miles de cajas de acuarelas y pinturas al óleo; imitaba el puntillismo y los estilos impresionistas que veía en sus progenitores; tuvo su guitarra y se lamentaba en no tener la suficiente paciencia para tocarla como hacía su padre. Le fascinaba esa extraña guitarra de doce cuerdas que corría por casa, buff que complicado. Cuando veía a su madre leer con tanto entusiasmo miles de libros se decía a si misma que ella también debía leer todo aquello que cayera en sus manos; tenía la suerte de tener todos los libros de sus padres y de sus abuelos. De sus padres robaba los libros de Tagore y se enamoró de Gora, también leyó algún que otro bestseller aunque no eran sus preferidos, como el Médico de Noah Gordon y rió a carcajadas con el recopilatorio de los Hermanos Marx y ese bufet de abogados ficticios que se inventaron para la radio. A su abuelo le saqueaba todas las novelas de Agatha Christie de detrás de la estantería. Hubo un día en que vio a u madre sumida en la lectura de un gran libro, era un volumen bastante grueso y se llamaba Bella del señor. Años más tarde comprendió porque su madre no pudo despegarse de ese libro en todo un día y a partir de ese día también se enamoró de Albert Cohen y sus carismáticos y adorables esforzados de la isla de Cefalonia. Se imaginaba a los personajes y se veía con Mathias, con el gordito Solomon, con el dulce caradura de Comeclavos y adoraba a Solal con sus aventuras y desventuras con los diplomáticos de Ginebra. Era un mundo de fantasía del que le costaba salir…quizás no leyó obras fantásticas como El señor de lo anillos pero leyó sobre otros mundos más fantásticos todavía. Blimunda adoraba a su familia, pensaba que era una “ suertuda” por haber sido criada en una familia tan dispar y encantadora. Había tenido a su alcance todo lo que quiso aunque al hacerse adolescente lamentó haber estado tan protegida, pues en el fondo, se encontró demasiado ingenua e inmadura. Debía aprender y para aprender debes equivocarte por ti mismo. No estaba acostumbrada a la derrota, al no saber y el día que aprendió la lección de suspender en una materia, empezó a comprender muchas cosas que hasta el momento ignoraba. Fallar para aprender, fallar para más adelante acertar. Fallar también puede ser bello si le sacas provecho. Fallar no es malo, es natural. Todos fallamos alguna que otra vez en esta vida. Y eso es lo que aprendió y sigue aprendiendo Blimunda.


Foto: J. Castellana

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante seguir un relato de una vida, escrito por alguien tan joven y de sí misma. son puntos de vista diferentes y así también se aprende.
Existen afinidades y lazos no visibles, de afecto, de coincidencia, de interés, de inquietud y ¡caramba de elección de fotos!.

Seguiré pendiente, blimunda.Así te conoceré un poco más que hasta ahora.

Anónimo dijo...

M'ha encantat aquest relat. Quina cucada la blimunda de petita, com hagués molat coneixe'ns aleshores. La pandilla domando patos salvajes, genial!!
Mangasverdes.