domingo, 20 de septiembre de 2009

Romance con Mozart




Era ya tarde, avanzada la hora de las brujas y recordando a estas, vino a mi memoria la reina de la noche. La reina que Mozart creó en su fantástica Flauta Mágica. La vieja estancia repleta de libros y fotografías familiares se iba empapando poco a poco de las melodías de Die Zaubertflöte. Incluso, cuando los personajes de la opera hablaban en alemán antiguo, parecían susurrar bellas palabras. Aquel alemán ya no sonaba duro y tosco, era dulce y seductor. Sentados en el sofá escuchaban ensimismados la primera parte de la opera, disfrutando cada nota mientras Tamino y Papageno charlaban. La combinación de Eomer y Thor era indudable pero con una candidez desmesurada en su rostro, era confuso mirarlo, hacia que dudaras acerca de la persona que te contemplaba. Pues él contemplaba sin cesar, le gustaba analizar cada minúsculo detalle y sus intensos azules ojos escudriñaban los verdes ojos que tenia enfrente. Encima de él, estaba una princesa danesa de melena ondulada, a la que besaba sin cesar posando sus manos en el rostro de ella, lo sostenía, lo guiaba y besaba cada centímetro de su piel. Se detenía como loco en su cuello, lo olía y mordisqueaba como un animalito salvaje. Le susurraba al oído palabras incomprensibles para ella.
Y Papageno apareció en escena cantando: “Der Vogelfänger bin ich ja, Stets lustig, heißa, hopsassa!”
El cazador de pájaros, soy yo, siempre alegre diciendo hip hopsassa!!! Va cazando bellos pájaros y como pájaros, caza también bellas doncellas, por docenas. Quiere cazarlas a todas y cuando las tenga las meterá en una jaula. Poco a poco las irá dando por azucarillos hasta encontrar la que él desea para compartir el resto de su vida. Y cuando la tenga la hará suya y, entonces, la besará tiernamente. La convertirá en su amada esposa y él será su amado esposo. Siempre dormirá a su lado cogiéndola entre sus brazos y acunándola como a un bebé hasta que se duerma.
Al mismo tiempo que Papageno explicaba sus ilusiones, él hizo lo propio, cogió a su princesa danesa en sus fornidos brazos y la acunó sin cesar cantándole al oído “Und küßte sie mich zärtlich dann, Wär sie mein Weib und ich ihr Mann”. Pero como Papageno, era tan solo una presa más, un bello pájaro del paraíso, una doncella más para tener enjaulada y más tarde deshacerse de ella…

Como pajaritos inocentes encerrados en un saco donde el cazador de pájaros juega a su antojo hasta que encuentre su ilusión.

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